Manizales, sep. 19 de 2013 - Agencia de Noticias UN- Cuando una persona emigra y luego vuelve a su tierra adopta modelos constructivos foráneos que destruyen valiosas joyas arquitectónicas locales. Se pasa de pórticos de madera a simples puertas metálicas.
Es un fenómeno común en muchas ciudades de América Latina, y Colombia no es ajena a esta tendencia. Se destruyen valiosos muros de tapia, ventanales de madera y techos de teja, para dar paso a construcciones de hierro y cemento.
La migración influye en la transformación de la vivienda vernácula, lo que, a la larga, cambia la cultura local y desdibuja el simbolismo tradicional que sustenta la identidad.
Después de que una persona conoce los estilos de vida de otros países o de las grandes ciudades es probable que quiera implementar esos modelos foráneos en su “patria chica”.
“Es una tendencia negativa porque la cultura se sintetiza en la manera de vivir y con estas prácticas se pierde la identidad, se cambia completamente la óptica y la tipología del lugar. Antes, las comunidades sabían convivir perfectamente con el entorno natural, se preservaban los árboles. Ahora, se han perdido bosques enteros por la tala descontrolada, entre otros factores que han hecho que los pueblos cambien drásticamente, pero no para bien”, expresó Constantino Jerónimo Vargas, investigador de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG), quien participó en el seminario Transferencia de Experiencias de la Vivienda Tradicional México-Colombia realizado en la Universidad Nacional de Colombia en Manizales.
Un caso puntual se observa en el Estado de Guerrero (México), donde la transformación se da a partir del momento en que los migrantes salen a Estados Unidos, principalmente por la cercanía con ese país. Allí se deslumbran con los modos de vida extranjeros y empiezan a enviar remesas a su comunidad de origen para modificar sus viviendas.
Debido a la globalización, se han mejorado las vías de acceso a las comunidades, eso provoca que adquieran el material de manera fácil, pero a costos elevados. A diferencia de lo que ocurría antiguamente, cuando no había buenos caminos, las viviendas se conservaban más.
“Se producen procesos de remodelación que irrumpen en el paisaje tradicional, empiezan a quitar las tejas, a derrumbar los muros de adobe y a cambiarlos por materiales más resistentes como el tabique, la lámina metálica o galvanizada, pero que están fuera de contexto con la región”, mencionó el profesor invitado.
En el caso mexicano, la forma original de las viviendas era un cuarto redondo, un solo espacio que no tenía divisiones. Ahora, con el propósito de modernizar las estructuras, se han agregado nuevas habitaciones, las cuales se han pegado a la casa de adobe y se construye una de tabique, lo que va sumando espacios de forma no muy articulada.
Los patios centrales y los corredores donde comían y atendían las visitas se van perdiendo para transformarse en habitaciones o en baños que antes estaban en el exterior.
Igualmente, esto trae implicaciones de estatus, ya que quien tiene una vivienda con otros materiales, de cierta manera refleja que ya ha salido de su comunidad y ha conocido otras regiones.
“Tristemente, los habitantes después se dan cuenta de que nos les funciona la vivienda porque su confort cambia drásticamente y terminan abandonando esas construcciones que hicieron con material muy caro, pero que no se adapta a las condiciones de la zona, para regresar a las viviendas de origen”, manifestó el experto.
Además del componente arquitectónico, el profesor Vargas afirmó que la migración también repercute en la división social del trabajo y transforma la familia, porque la separa.
Por ejemplo, la esposa debe jugar otros roles al asumir la actividad que hacía el hombre en los trabajos del campo, y en los casos más graves no hay retorno, lo que origina el abandono de hasta seis hijos, que nunca vuelven a saber del padre.
“Quedan muchos hogares destruidos. Hay sitios donde el 70% de la población se va y las mujeres deben enfrentar solas los problemas de alimentación y seguridad sanitaria, pues por las limitaciones de acceso al lugar no llegan los recursos y no hay una adecuada atención principalmente en salud”, precisó el investigador.
En Colombia, el contexto es distinto, pero las trasformaciones son las mismas. Por citar un ejemplo, está el caso del Eje Cafetero, donde municipios que ostentaban una bella arquitectura han perdido su encanto por la construcción de viviendas similares a las de las grandes ciudades: grises, de ladrillo, con puertas y ventanas de metal.
La tarea de las autoridades municipales es revalorar el patrimonio local y promover el cuidado de la arquitectura tradicional.
(Por:Fin/AMEJ/CAPG/LADC/arm)